Eficacia de la Vacunación contra SARS-CoV-2, para prevenir el desarrollo del COVID-19

Eulises Díaz Díaz es Bioquímico, Maestro en Inmunología Molecular y Doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente es investigador en Ciencias Médicas, en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán” en la CDMX; donde dirige proyectos de investigación enfocados al desarrollo de métodos inmunológicos para la evaluación de pacientes con enfermedades crónicas degenerativas como el Síndrome Metabólico y la Diabetes Mellitus; recientemente ha realizado el desarrollo de inmunoensayos empleados: para el diagnóstico de sujetos infectados con el virus SARC-CoV-2, y para evaluar las respuestas de anticuerpos derivadas de la vacunación masiva de la población mexicana. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México.

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Con anterioridad, comentamos que la vacunación contra el virus SARS-CoV-2 (virus 2 del Síndrome Respiratorio Agudo Grave), sería de gran ayuda para tratar de prevenir múltiples contagios y por ende disminuir la incidencia del COVID-19; así como para disminuir la gravedad de los síntomas en los sujetos infectados. En el presente escrito describiremos algunos aspectos relacionados con el diseño, así como los resultados más importantes obtenidos de la vacunación con dos tipos de vacunas: a) vacuna de ARN mensajero (dos dosis de la vacuna desarrollada por Pfizer/BioNTech, EUA/Alemania), b) vacuna de Adenovirus (dos dosis de la vacuna desarrollada por la Universidad de Oxford/AstraZeneca, Reino Unido/Suecia), en una muestra de trabajadores de la salud. Ambas vacunas contaron con la autorización de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (COFEPRIS), para ser utilizada como vacunación de emergencia en nuestro país.

A nivel mundial contó con la aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos de América (FDA), y de la Agencia Europea de Medicamentos (EMA); permisos que fueron otorgados a pesar de que las vacunas no habían completado todas las laboriosas pruebas que normalmente se requieren para el desarrollo de una nueva vacuna; esto debido a la emergencia sanitaria que representó la epidemia de COVID-19.


El uso masivo de vacunas de ARN mensajero fue una novedad en la pandemia COVID-19, un avance posible gracias a los estudios de los científicos Katalin Karikó y Drew Weissman, quienes investigaron modificaciones en nucleósidos que permitieron el desarrollo de esta tecnología. Su trabajo fue reconocido con el Premio Nobel de Medicina en 2023.


La vacuna de ARN mensajero, es en sí una secuencia de ácido ribonucleico, sintetizado a partir de cultivos celulares, utilizando bases nitrogenadas modificadas como sustrato, que le confieren una mayor vida media al ARN mensajero, favoreciendo su interacción con los ribosomas. Las vacunas de ARN mensajero contienen una secuencia de ARN que codifica una parte de la proteína S del virus. Este ARN, al estar recubierto por una bicapa lipídica, puede ingresar a las células, donde interactúa con los ribosomas y produce la proteína S. El sistema inmunológico la detecta y genera anticuerpos específicos que impiden que el virus real infecte y se multiplique en el organismo. Debido a la formulación de la vacuna de ARN mensajero, que requiere una bicapa de lípido, este tipo de vacuna debe ser necesariamente transportada bajo congelación, para garantizar la estabilidad de la bicapa lipídica, por lo que este tipo de vacunas requiere condiciones de transportación y conservación más costosas, limitando su utilización en zonas rurales donde no se cuente con la logística necesaria.


Por su parte, la vacuna de AstraZeneca utiliza un adenovirus modificado que normalmente infecta monos, al cual se le ha insertado la información genética de la proteína S del SARS-CoV-2. Al ser administrada, el adenovirus introduce su ADN en el núcleo celular, donde se transcribe a ARN mensajero y se traduce en proteína S. El sistema inmunológico la detecta, activando los linfocitos B para producir anticuerpos específicos que neutralizan el virus. Esto reduce su capacidad de infectar y multiplicarse, proporcionando protección contra el COVID-19. La ventaja de esta vacuna es que solo requiere refrigeración convencional, lo que facilita su almacenamiento y distribución, además de ser más económica de producir.


En el estudio realizado en trabajadores de la salud, el 75% no había tenido infección previa por SARS-CoV-2, mientras que el 25% sí. Los resultados mostraron que ambas vacunas tuvieron un rendimiento similar. La eficacia general de la vacuna de Pfizer fue del 63% y la de AstraZeneca del 64%. En personas sin infección previa, la eficacia fue del 59% para Pfizer y del 56% para AstraZeneca. En cambio, en personas que ya habían tenido COVID-19, la eficacia aumentó a 74% en el caso de Pfizer y a 88% con AstraZeneca, lo que indica que una infección previa mejora la respuesta a la vacunación.


Un hallazgo relevante fue que el 37% de los vacunados no desarrolló una respuesta inmune efectiva, lo que significa que una proporción considerable de la población no obtuvo protección suficiente. Además, el 26% de los previamente infectados vacunados con Pfizer y el 12% de los vacunados con AstraZeneca tampoco lograron desarrollar una respuesta inmune adecuada. Estos resultados sugieren que, aunque la vacunación es una herramienta crucial en la lucha contra el COVID-19, su eficacia en personas sin infección previa es limitada, con valores inferiores al 60%. Ante tales observaciones, la población debe mantenerse alerta y cuidar sus hábitos higiénicos, particularmente el lavado de manos y evitar estar cerca de personas que muestren síntomas de infección, ya que las vacunas por si solas, no parecen ser capaces de inducir una respuesta eficiente y duradera en el tiempo.


Dr. Eulises Díaz Díaz, Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”, CDMX. eulisesd@yahoo.com

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