¿Es la grasa una aliada en la lucha contra el sobrepeso?

Marco Allán Pérez Solis es Biólogo Experimental, Maestro en Biología Experimental y Doctor en Ciencias Biológicas y de la Salud por la Universidad Autónoma Metropolitana. Actualmente es Investigador de la Unidad Médica en Medicina Reproductiva del Hospital de Gineco-Obstetricia No. 4 del IMSS en CDMX. Ha conducido y participado en proyectos de investigación enfocados en la regulación transcripcional de genes asociados con el desarrollo y progresión del cáncer de mama.

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El consumo de alimentos calóricos como los carbohidratos, grasas y proteínas, es considerado excesivo cuando estos aportan una cantidad de energía mayor a la que el organismo demanda durante un periodo de tiempo prolongado. De modo que el dilema del sobrepeso se encuentra en los hábitos que forman parte de nuestro estilo de vida.

Si la intensidad de la actividad física diaria es baja, nuestra alimentación debe estar acorde a estos requerimientos, para evitar la acumulación de las calorías que no consumimos por inactividad en forma de grasa.

Para gestionar este balance energético, el organismo cuenta con el tejido adiposo, el cual de acuerdo con la función que desempeña, se reconocen 3 tipos: el blanco, el beige y el marrón. El primero se encarga fundamentalmente de almacenar y convertir los nutrientes en triglicéridos, mejor conocidos como grasa. Bajo condiciones de ayuno, ejercicio físico o un estrés intenso, nuestro organismo secreta catecolaminas y cortisol. Ambas son señales que le indican a los adipocitos liberar la grasa almacenada en forma de ácidos grasos y glicerol, los cuales a su vez serán utilizados por las células musculares para obtener energía. Para este sistema, las condiciones mencionadas son interpretadas como un problema que requiere el suministro temporal de energía desde las reservas en los adipocitos blancos. Pero si nuestra gestión del estrés es inapropiada y este se prolonga durante mucho tiempo, tanto los ácidos grasos no utilizados como el cortisol se acumulan volviéndose perjudiciales, lo cual promueve no solo la obesidad sino la resistencia a la insulina, síndrome metabólico o hígado graso entre otras afecciones.

Por otro lado, el tejido adiposo beige y marrón deben su respectivo color a la gran cantidad de fábricas de energía (mitocondrias) que estos contienen. En el caso del tejido adiposo beige, en realidad son células adiposas blancas que han pasado por un proceso de pardeamiento donde adquieren un mayor número de mitocondrias, adquiriendo un aspecto similar a los adipocitos marrón, pero sin perder por completo sus características de célula adiposa blanca. Por otro lado, los adipocitos marrón tienen un linaje muscular y aunque también tiene la capacidad de almacenar grasa, ésta es mucho menor. A través de sus numerosas mitocondrias, gran parte de los triglicéridos que tienen disponibles son transformados en lo que se conoce como energía calorífica sin escalofríos. Este término hace referencia al calor producido a través de un mecanismo de generación de energía calorífica a partir de ácidos grasos. Dicho proceso es inducido comúnmente por una temperatura que oscila entre 18 ºC y 22 ºC. En este rango, el organismo aún no tiene necesidad de recurrir al mecanismo de calentamiento mediante movimientos musculares involuntarios (escalofríos) donde las células musculares requieren la conversión de energía química a energía mecánica para su contracción y simultáneamente cierta cantidad de energía es liberada en forma de calor.

Al analizar los mecanismos anteriores uno podría preguntarse, entonces ¿para qué necesitamos hacer ejercicio si nuestro cuerpo puede generar calor a partir de la grasa sin recurrir a la contracción muscular?. La respuesta está en el hecho de que el sistema de generación de energía calorífica sin escalofríos, es una adaptación conservada evolutivamente para evitar la hipotermia al nacer; ya que los recién nacidos no cuentan con un sistema clásico de regulación térmica maduro. Pero conforme este sistema termina de madurar, el tejido adiposo marrón va disminuyendo hasta solo conservar pequeñas áreas en la parte posterior del cuello y hombros, en las axilas, tórax, y alrededor de los riñones.

Y aunque este tejido adiposo marrón se mantiene funcional en la edad adulta, no está en la cantidad suficiente para poder mantener solo la temperatura del cuerpo. Pero lo que sí puede suceder, es que si se favorece el sedentarismo y la obesidad, tanto el tejido adiposo beige como el marrón pueden disminuir aún más, ya que el ejercicio físico induce la producción de irisina, una proteína que promueve la transformación de tejido adiposo blanco a beige. Por otro lado, la acumulación de grasa provoca un proceso llamado blanqueamiento, donde las células del tejido adiposo beige y marrón adquieren las características de los adipocitos blancos, perdiendo la capacidad de realizar su función principal, que es convertir la grasa en calor.

Esto nos indica que si conservamos el buen funcionamiento de los adipocitos beige y marrón, podemos contar con unos excelentes aliados para el mantenimiento de un peso más saludable. Incluso, se han reportado beneficios muy alentadores con la estimulación del tejido adiposo beige y marrón. Se ha observado que además del ejercicio cotidiano, la implementación de terapias como la exposición al frío suave (18 ºC a 22ºC) o el consumo de algunos suplementos naturales, tales como los ácidos grasos omega-3, el inositol, la artemisinina y la capsaicina puede contribuir en una actividad más sostenida de los adipocitos beige y marrón.

Esto podría significar una alternativa potencial para pacientes con enfermedades donde el sobrepeso es un factor relevante, tales como la resistencia a la insulina, el síndrome metabólico y síndrome de ovario poliquístico; ya que puede coadyuvar, no solo mitigando algunas manifestaciones clínicas de estas enfermedades, sino que además, pueden alentar la adherencia de los pacientes a sus tratamientos de primera línea que comúnmente son de largo plazo.

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