Verónica Zaga Clavellina es Bióloga Experimental egresada de la UAM-I, Maestra y Doctora en en Ciencias por la UNAM y actualmente es Investigadora del Instituto Nacional de Perinatología Isidro Espinosa de los Reyes en la Ciudad de México. En su laboratorio dirige proyectos de investigación enfocados a comprender el papel que juegan las membranas fetales y la placenta en el mantenimiento de la tolerancia inmunológica durante la gestación en el humano. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores y tutora de maestría y doctorado en la UNAM y el IPN, también es docente de la Facultad Mexicana de Medicina de la Universidad La Salle.
Un embarazo exitoso requiere que, a lo largo de 37 a 41 semanas, la madre y su bebé sincronicen sus relojes biológicos. Esta sincronización permitirá que la madre pueda estar atenta al crecimiento y desarrollo del bebé y éste pueda adaptarse al útero de su madre. Durante este proceso, todos los órganos del bebé se forman y deben de madurar para asegurar que después del nacimiento éste se pueda adaptar a una vida fuera del útero de su madre.
Idealmente, los embarazos deben de llegar al menos a las 37 semanas de gestación; si esto sucede, entonces tanto la mamá como el bebé encienden varias señales para comunicarse y así ambos saben cuándo es el momento ideal para que el bebé nazca.
Hay que recordar que, en el útero de la madre, el bebé obtiene el oxígeno a través del cordón umbilical que está conectado a la placenta, y es precisamente la sangre materna la que proporciona ese oxígeno; así que los pulmones del bebé no necesitan hacer ese trabajo. Pero cuando el bebé nace, la función de los pulmones es crítica para la vida porque respirarán aire por primera vez. Así que una señal clave es la producción de varias proteínas por parte del pulmón del bebé que le indicarán a la madre que sus pulmones se encuentran maduros y listos para trabajar por sí solos.
Otro órgano del bebé que debe dar señales de que no sólo están bien formados, sino que además funcionan correctamente, son los riñones. Un indicador indirecto de ello es que haya suficiente líquido amniótico, eso es importante porque gran parte de este líquido es procesado por el riñón del bebé, y una suficiente cantidad de líquido es indispensable para mantenerlo a una temperatura estable, con la piel bien hidratada, además de que, al flotar en el líquido, éste amortigua todos los movimientos y posibles golpes.
Otras señales son los cambios en la madre. Ya al final del tercer trimestre, al mismo tiempo que el bebé cambia de posición para colocarse de tal forma que la cabeza se “encaje” en el cervix (esto puede suceder días u horas antes del parto), el útero comienza recibir señales de la bolsa amniótica (que mantuvo al bebé rodeado de líquido amniótico) la cual comienza a “envejecer”. Esta señal de envejecimiento programado es un indicador que tanto la placenta como el útero interpretan como otra señal de que ya es momento de que el bebé nazca.
En conjunto, todas estas señales provocan que la bolsa amniótica, la placenta y el útero comiencen a inflamarse, este proceso hace que todos estos tejidos se debiliten estructuralmente y al mismo tiempo, se producen ciertas sustancias que hacen que el útero comience a tener contracciones frecuentes y de fuerza suficiente para comenzar a “empujar al bebé” hacia fuera del útero. Al mismo tiempo, los huesos de la cadera abren paso al bebé para que recorra el cuello del útero que ya debe de estar dilatado.
Todos estos cambios anatómicos explican el dolor de espalda y abdomen que la mamá experimenta durante el parto. Ya en las etapas avanzadas de las contracciones y de la dilatación, la bolsa amniótica, que ya está debilitada, se rompe y el líquido amniótico sale como señal de que el nacimiento está muy cerca.
El nacimiento es un momento muy crítico, ya que además de representar un enorme esfuerzo físico y mental de la madre, también requiere una adaptación rápida del bebé a su nuevo ambiente. Es importante hacer hincapié en que tener un cuidado médico durante todo el embarazo, cuidar la salud mental y física y asistir al médico ante cualquier señal de cambio son acciones que la madre puede implementar para disminuir los riesgos de que algo salga mal durante el embarazo y el trabajo de parto.