Alberto Gómez/Chilpancingo
La explanada de la 489/a Compañía de la Guardia Nacional en Petaquillas estaba llena de sol, uniformes impecables y el eco de voces que se confundían con el ladrido de los binomios caninos. Entre ellos, avanzaba una niña de mirada curiosa y pasos pausados, pero firmes: Yareli Zuleima González Arroyo, 11 años, a punto de iniciar la secundaria y con una admiración por la Guardia Nacional.
Desde que nació, Yareli vive con una capacidad diferente de retraso psicomotor, pero nada ha frenado su entusiasmo por el mundo que la fascina: las patrullas, los uniformes, la disciplina. Ese viernes, su sueño se volvió realidad: fue nombrada “Guardia Honoraria” por la propia corporación.
Su padre, Wilberth González, no dejaba de mirarla. “Me siento orgulloso, me siento contento porque es parte de sus gustos… y también a mí me gusta”, decía, conteniendo la emoción, mientras la veía saludar a los agentes que la trataban como a una más.
La ceremonia fue sencilla, pero cargada de simbolismo. El Capitán 2/o Lorenzo López Cansino, comandante de la compañía, le entregó el reconocimiento. Yareli, con una sonrisa tímida pero luminosa, recorrió después los módulos: observó armas de uso exclusivo, acarició a los perros entrenados, probó el peso de los cascos y, finalmente, subió a una patrulla. Ahí, sentada tras el volante, parecía no querer bajarse nunca.
Este día, Yareli no solo cumplió un sueño: también mostró que la fuerza y el honor no siempre se miden en capacidad física o en edad, sino en la pasión con la que se abrazan los anhelos.
La Guardia Nacional sumó una integrante especial en sus filas, aunque fuera por un día, pero ella se llevó un recuerdo que la acompañará toda la vida.