Ismael Mancilla Herrera nació en 1984 en la Ciudad de México. Es Químico Farmacéutico Biólogo egresado de la Facultad de Química de la Universidad Nacional Autónoma de México. Cursó estudios de posgrado en Biomedicina, Biotecnología Molecular e Inmunología en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional. Actualmente se desempeña como Subdirector de Investigación Biomédica del Instituto Nacional de Perinatología “Isidro Espinosa de los Reyes”, donde desarrolla líneas de investigación enfocadas en la transferencia de inmunidad celular tolerogénica a través de la leche materna y en el impacto de las condiciones maternas sobre la respuesta inmunológica neonatal. Ha publicado diversos artículos científicos y capítulos de libro en temas relacionados con la biología perinatal y la inmunología del desarrollo, y participa activamente en la formación de nuevos investigadores.
En todo el mundo, muchas madres enfrentan dificultades para iniciar y mantener la lactancia. La falta de licencias laborales suficientes, los horarios prolongados, la desinformación y la presión social que impulsa el uso de fórmulas infantiles son algunos de los principales obstáculos. A ello se suma la publicidad que intenta convencer de que los productos comerciales son equivalentes a la leche materna, cuando en realidad nada puede compararse con lo que el cuerpo humano produce de manera natural. No obstante, cuando la lactancia se establece desde el nacimiento, deja una profunda huella de beneficios que acompañan al bebé durante toda su vida.
Amamantar es uno de los actos más significativos para influir en la calidad de vida de una persona desde su nacimiento. Desde los primeros instantes, la leche materna no solo alimenta, sino que protege y ayuda al desarrollo de su cuerpo y su mente. Es un sistema vivo y cambiante que se ajusta a las necesidades del bebé día tras día. En cada gota se encuentran los elementos exactos para su crecimiento, defensas naturales que lo protegen de infecciones, le confiere bacterias benéficas que cuidan su intestino y sustancias que impulsan el desarrollo de su cuerpo y de su mente.
En esta extraordinaria capacidad de adaptación, el cuerpo de la madre produce durante los primeros días el calostro, una leche espesa y amarilla que funciona como una primera barrera enriquecida de anticuerpos, células de defensa, así como una amplia variedad de microorganismos saludables. Después, la leche evoluciona hacia una forma madura que ajusta su composición para concentrarse en la nutrición que sostiene el crecimiento y desarrollo del niño, y a diferencia de cualquier fórmula artificial, la leche materna cambia constantemente, respondiendo de manera precisa a lo que el bebé necesita en cada etapa de su vida.
Gracias a esta composición dinámica, los bebés alimentados con el seno materno presentan menos infecciones respiratorias y digestivas, y más adelante, durante su infancia y adultez, tienen menor riesgo de padecer obesidad, alergias, diabetes y otras enfermedades crónicas.
Adicionalmente, sus componentes están relacionados con el óptimo desarrollo neurológico, equilibrando habilidades como la memoria, la concentración y el aprendizaje, así como el vínculo emocional entre madre e hijo, lo que influye en su seguridad, su confianza y su bienestar a lo largo de la vida.
Más allá de los beneficios que ofrece al bebé, la leche materna también brinda importantes ventajas a la madre. Favorece la recuperación del cuerpo después del parto, reduce el riesgo de hemorragias, cáncer de mama y de ovario, y ayuda a prevenir diversas enfermedades crónicas.
Durante el acto de amamantar, el cuerpo libera hormonas que producen tranquilidad y bienestar, fortalecen el vínculo con el bebé y contribuyen a disminuir la ansiedad y la depresión posparto.
Pero la influencia de la lactancia va todavía más lejos. Además de su impacto en la salud, protege la economía familiar y también al planeta. Es un alimento gratuito, siempre disponible y perfectamente diseñado, lo que representa un ahorro importante para las familias, especialmente durante los primeros años de vida del niño. Asimismo, evita los gastos derivados de la compra de fórmulas, biberones, envases y utensilios, así como de tratamientos por enfermedades más comunes en bebés no amamantados.
A nivel nacional, fomentar la lactancia reduce los costos del sistema de salud al prevenir enfermedades y disminuir la mortalidad infantil, y al mismo tiempo representa una práctica sustentable, pues no genera residuos ni requiere transporte o energía para producirse.
Por todo ello, promover la lactancia debe ser una prioridad colectiva. No basta con saber que es buena, es necesario crear las condiciones para que sea posible. Se requieren centros de salud que acompañen el inicio del amamantamiento con información, espacios laborales que permitan a las madres amamantar o extraerse leche con privacidad y tiempo, políticas públicas que garanticen este derecho y campañas que informen con claridad y sin prejuicios. También es fundamental que las familias y la sociedad acompañen con empatía, valorando la lactancia como una experiencia humana profunda y natural.
Amamantar va mucho más allá de alimentar: es cuidar, proteger y acompañar. Es un gesto sencillo que transforma vidas, porque brinda salud, favorece un desarrollo pleno y fortalece los lazos entre madre e hijo. Su impacto se extiende al bienestar de las familias, a la estabilidad económica y al equilibrio del planeta.
La lactancia es, en esencia, un acto de amor que deja una huella profunda y perdurable en la vida de quienes la viven.