Sheila Contreras Alcaraz es Socióloga Feminista con Maestría en Estudios Socioterritoriales. Se ha desempeñado como servidora pública en el Poder Ejecutivo y Poder Legislativo. Ha sido docente en instituciones públicas y privadas y trabajadora independiente en instituciones estatales de Guerrero y Morelos. Ha escrito artículos de opinión y se ha dado la oportunidad de participar en diversos procesos de formación pedagógica en torno al feminismo.
Chilpancingo, Gro.
“[…] necesitamos (las mujeres) ocupar la mitad del mundo, y tener ese espacio para desarrollar nuestra creatividad, nuestra vida, el aporte que hacemos a la vida de cada una, pero también el aporte que hacemos a la colectividad”.
Marcela Lagarde.
Conferencia INE 19 de febrero, 2020.
Haciendo fila en una tienda, mientras esperaba mi turno, escucho la conversación de dos personas, una mujer y hombre, ambos quizá veinteañeros, hablan sobre el “paro del 9 de marzo”.
-¿Y a ustedes ya les dieron permiso en su trabajo para faltar?- le pregunta el joven a la mujer.
-Pues nos dijeron que podíamos faltar, que no va haber ningún problema, pero pues todavía no sé, yo estoy confundida. ¿Qué voy hacer si no voy a la oficina? Pienso que no sirve de nada- responde.
Después ella le devuelve la pregunta -¿Y ahí en la escuela, les han dicho algo a tus compañeras?-.
-Pues quien sabe, escuché a un grupo de compañeras decir que ellas no irían, pero yo no sé ¿Para qué van a hacer paro?, ¿A poco eso va hacer que se acabe la violencia contra las mujeres?- y ella, en respuesta, levanta los hombros, expresión de quién sabe.
Camino a casa enciendo la radio del coche, escucho al locutor hablar del paro del 9 de marzo, habla sobre la división de las opiniones, “que todas se respetan”, él dice enfático. “Yo no sé si eso sirva de algo, pero lo cierto es que están matando a nuestras mujeres”. Habla sobre el oportunismo partidista, da su punto de vista (poco informado por cierto). “¿Qué opinan?”, dice en tono animoso, lanza la pregunta al auditorio que lo escucha y proporciona un número de celular para que le envíen “whats” y remata diciendo: “aquí te escuchamos, queremos saber tus opiniones”. Manda a un corte, música.
Llego a casa, termino de bajar las compras, me siento a comer algo y echo un vistazo a mi Facebook. Encuentro opiniones, notas de periódicos, memes. Está inunda sobre el paro del 9 de marzo: vayan; no vayan; lleven pañuelos verdes y morados; mejor lleven blancos; Iglesia se unirá al paro laboral: un día sin mujeres; Soy feminista y promuevo Un día sin Mujeres.
“Sánchez Cordero descarta dejar de trabajar el 9 de marzo”, alguien que leyó la nota completa sugiere que el encabezado debería decir: “Por supuesto que apoyo el movimiento”, puesto que la Secretaria de Estado, “en sus declaraciones destaca que algunos partidos o algunas otras personas se han querido subir al movimiento, sí, por supuesto, pero que es un movimiento de las mujeres, por las mujeres, con las mujeres y en contra de la violencia, lo es”. Alguien más comparte un texto que dice: “México no necesita un día sin mujeres o un día sin hombres, necesita una sociedad con valores”; y también hay quien lo compartió, pero en lugar de “necesita una sociedad con valores” dice, “sin violencia”. ”Esto no se trata de partidos”, escribe alguien más, “se trata de las mujeres”.
“Tigres anunció vía Twitter que se unirá al paro Un día sin nosotras”; “Reitera PAN sumarse al paro nacional del 9 de marzo”. “#UnDíaSinNosotras costaría a la economía más de 26 mil mdp”, y así, notas van y vienen, tanto como las opiniones, las reflexiones, unas asustan, otras dan luz, otras son esperanzadoras, otras son deleznables, asquerosas, yo solo pienso en la rabia acumulada, en la impotencia ante la falta de justicia, ante la impunidad, la omisión de años, en lo que pudo haber sido y no fue, en el miedo creciente de ser mujer en el mundo, en México, en Guerrero, en Chilpancingo.
Mi corazón se acelera, le escribo a mi amiga: “Ya estoy en casa” y le pido que me diga si ella ya está en la suya. Le escribo a una de mis hermanas para preguntarle lo mismo. Pienso en mis demás hermanas, en mis sobrinas, en mis amigas, en las próximas y en las desconocidas, pienso en la chica confundida, en la que esperaba en la oscuridad su transporte.
No hay ruido aquí en casa, solo se escucha el canto de algunos grillos. Me meto a mi estudio, debo cumplir con mi responsabilidad de redactar esta opinión, pero no tengo ganas de nada. “Estoy viva”, me digo en voz alta. Me hundo en el sillón, me siento ahí, en soledad, en silencio. “Mucha toxicidad”, me digo nuevamente. Necesito purgar mis pensamientos, no quiero encender la luz, me rindo ante la oscuridad, solo quiero cerrar los ojos.
No pensar es difícil, sería otorgar la razón a quienes creen que las mujeres somos “masas amorfas” -dijera Marcela Lagarde-, que no pensamos, que nos dejamos engañar fácilmente. No lo somos. Dejo que el dolor me abrace por un momento, el dolor de las otras, de quienes las lloran y enloquecen ante su ausencia. Lo abrazo para que la empatía no me abandone. Dejo que la rabia me posea para no dejarme alienar, no quiero que mi capacidad de razonar se obnubile. De pronto siento un vacío directo en el alma, hay un desprendimiento. No tengo más opción, no hay muchas opciones, muchas de las mujeres aferradas a la filosofía feminista que nos antecedieron, las que ya no están físicamente, las que viven, las contemporáneas, las nuevas generaciones que allanaron y allanan mi camino para ser sujeta de derechos, impiden que me rinda, ni de pie, mucho menos arrodillada.
En el espacio público, en el espacio privado, frente a las personas conocidas y desconocidas, les haré saber, pero sobre todo les haré sentir fuertemente que esta revolución -por difícil que sea (sobre todo cuando es de adentro hacia afuera)- está más viva que nunca, móntese quien se monte.