Carlos Navarrete Romero
Chilpancingo, Gro. 30-Noviembre-2019
El narco quiso entrenarlo para sicario pero escapó.
La noche del 15 de noviembre, Alfredo, de 17 años, fue privado de su libertad junto a cuatro de sus amigos sobre Calzada del Pacífico, en Toluca, Estado de México, luego de asistir a una fiesta de 15 años.
Viajaban en un automóvil cuando otro vehículo los interceptó. De inmediato descendieron hombres armados que les cubrieron la cabeza y se los llevaron por la fuerza a una vivienda donde estaba otro joven originario de Tejupilco.
Horas después los seis subieron a una camioneta y fueron trasladados a alguna comunidad de Tierra Caliente, en Guerrero. Alfredo no sabe a ciencia cierta donde estuvo porque durante el trayecto, que duró cerca de ocho horas, le taparon el rostro.
El 16 de noviembre ya estaban en tierras guerrerenses, con decenas de jóvenes de entre 14 y 20 años que corrieron con la misma suerte. A él todos los días le ordenaban lavar las camionetas de lujo que sus captores, integrantes de un grupo delictivo, utilizaban.
Pero hace cuatro días le informaron que tendría otra labor: le entregaron una ametralladora y fornituras porque sería entrenado para participar en un enfrentamiento.
Todo cambió el viernes. Alfredo estaba en otra comunidad, junto a más jóvenes, resguardados por los sicarios que se encargarían de adiestrarlos, cuando al lugar llegaron patrullas de policías estatales y elementos de la Guardia Nacional.
El operativo los obligó a huir, pero Alfredo no lo hizo porque en el momento en que llegaron las autoridades él estaba en el baño y no se dio cuenta de nada.
Cuando salió y comprendió lo sucedido, dejó el arma que llevaba consigo, se quitó las fornituras y pidió auxilio.
“Caminé hacia ellos, les pedí ayuda, les dije que venía de Toluca. Me dijeron que sí, que me iban a llevar al Ministerio Público para contactar a mis familiares”.
Tras casi 15 días desde que fue privado de su libertad, Alfredo se sintió seguro. Se subió a una de las camionetas de la Guardia Nacional y emprendieron camino rumbo al municipio de Zirándaro de los Chávez, pero cuando se acercaron a un lugar llamado La Escalera fue bajado de la unidad y abandonado. Los agentes dejaron a Alfredo a su suerte sin ninguna explicación.
“Desde ahí tuve que caminar. Llegué a un pueblito y me paré en una tiendita a comprarme un refresco, porque traía 150 pesos. El señor me dio unos huaraches porque andaba descalzo, le pregunté cómo llegar a Zirándaro para tomar un camión en la terminal de autobuses con dirección a Toluca. Ya después encontré a un señor que me ayudó, me dio comida, agua, y me contactó a otro señor que fue por mí y me trasladaron aquí donde estoy. Llegué ayer (el viernes) a Zirándaro”.
Alfredo ya está en un lugar seguro y desde ahí cuenta su testimonio. El tiempo que estuvo a merced de sus captores convivió en grupos de 20 o 30 jóvenes con quienes recorrió “pueblos fantasmas”. Todos serían entrenados por el narco para ser sicarios.
“En este momento lo único que quiero es que el gobierno me apoyen para volver a ver a mi familia, estar seguro, que no nos vaya a pasar nada, más que nada protección. Y quiero volver a ver a mis amigos, que estén bien, porque a ellos los dejé allá, no pudieron escapar”.
Desde hace tres semanas habitantes de Zirándaro han denunciado la presencia de grupo criminales en sus comunidades. Los constantes enfrentamientos por la disputa del territorio obligaron a miles de personas a abandonar sus hogares.
Una de las denuncias frecuentes de las personas desplazadas es que los grupos delictivos pretenden llevarse a sus hijos para que trabajen con ellos. El testimonio de Alfredo no sólo confirmaría ese hecho, sino también la existencia de jóvenes que son traídos de otros estados de la república para ser llevados a la línea de fuego en una guerra que no pidieron.