¿Las cosas han cambiado?

Ricardo Locia es pasante en la licenciatura en Antropología Social, ciencia responsable de llevarlo a reflexionar sobre su entorno y las dinámicas que se desarrollan en él. Es miembro de los colectivos: LGBTI+ Orgullo Guerrero y JOTOS (Juntos y Organizados Terminaremos con la Opresión Sexual).

Chilpancingo, Gro.

Desde los primero minutos del mes de junio las redes sociales estallaron en júbilo por comenzar el mes del Orgullo LGBTI+.

Los colores de la bandera de la Diversidad Sexual se colocaron a diestra y siniestra; la imagen de Marsha P. Johnson y los Disturbios de Stonewall, en Nueva York (1968), resurgieron con orgullo por ser el origen del movimiento de las poblaciones LGBTI+ a nivel internacional. Se viralizó una imagen que comparaba las fotografías de homosexuales (criminalizados por serlo) en los años 70’s, en el periódico Alarma, y una actual donde una pareja de mujeres lesbianas cargaban a su hija, de la revista Quien. Esta imagen se propagó con la leyenda de que las cosas ya habían cambiado.

Pero ¿Es verdad que han cambiado las cosas?

Es cierto que hay avances legislativos. En algunos estados (Guerrero no es uno de esos) ya se pueden casar personas del mismo sexo, y con la molestia y escozor de otros también se puede adoptar. Hay hombres y mujeres homosexuales (unos más visibles que otros) en puestos de elección popular o como servidores públicos. No cabe duda, hay cambios, pero en las pequeñas islas de privilegio que representan las ciudades, y sólo en los primero cuadros de éstas, porque en sus márgenes y en las periferias esos cambios no han llegado.

Carlos Monsiváis apuntaba que había dos tipos de homosexuales: «el Joto de torteria y el Maricon de sociedad». Quienes ostentan mayor privilegio en estos cambios son los homosexuales varones/cisgénero, esos hombres gay que el sistema los ha a cobijado por no notársele tanto lo Maricón. Para las locas, para las vestidas, para las mujeres trans es otra realidad. En este mundo machista, el hombre que contradiga las normas que imperan en torno a la/su masculinidad necesitan el castigo de las burlas, humillaciones y la muerte. Es por eso que se estima que el número máximo de años que vive una mujer trans es de 35. Para ellas, estos cambios son minúsculos y repercuten en su calidad de vida, ahí la necesidad de unirnos a las voces de exigencia para la aprobación de la Ley de Identidad de Género.

Se hace necesario también romper la burbuja de privilegios en la que muchos vivimos y mirar más allá de nuestra realidad. Esto pasará cuando comprendamos que los discursos de cada junio no hacen eco en los espacios donde no se es gay sino Joto, donde no se es lesbiana sino machorra, donde no se es trans sino vestida. En esos mundos los conceptos y teorías que giran alrededor de las orientaciones sexuales, identidades y expresiones de género, no existen, porque la construcción de esos otros está permeado por el estigma de una iglesia que adoctrina y por la cultura machista que en los espacios rurales y en los márgenes de las ciudades tiene mayor arraigo.

Aquí se hace necesario parafrasear al Marica del Coño Sur, Pedro Lemebel:
«Pero no me hable del proletariado porque ser pobre y maricón es peor. Hay que ser ácido para soportarlo.. «

Y es pues también en las diferencias socioeconómicas donde es más visible quien puede ser beneficiado de esos cambios. Hace unos días mientras compartía la mesa con unos amigos, uno de ellos dijo: «allá en el rancho es la mariconada ¡No hay gays, hay maricones!». Esa sentencia es cruda y real. En los espacios rurales las libertades que ostenta un gay, como el salir del closet, no existen. A los homosexuales en los pueblos y rancherías se expone su orientación sexual al público a través de bromas y burlas por ser afeminado o amanerado. Al saberse distinto el homosexual tiene de dos: quedarse y enfrentarse con todo y contra todo o huir al cobijo de la ciudad y su anonimato.

Muchos que tienen el valor de quedarse, aprenden a vivir y defenderse. Los días de fiesta en los pueblos son permisibles para jotear con mayor libertad, sino porque tanta diabla y mojiganga. Los jotos hacen de la burla el nicho de su orgullo, por eso son sujetos de deseo para los mayates. Pero ese mismo deseo puede ser su perdición y muerte.

¿Cuántos hombres homosexuales no han sido asesinados por su pareja sexual? Las estadísticas son alarmantes, pero ante una sociedad y gobiernos indolentes son solo cifras. Quienes analizamos estos datos somos algunos de sus congéneres. Ahí la necesidad de exigir al poder Legislativo la reforma al Código Penal para tipificar los homicidios perpetrados a las poblaciones LGBTI+. Una necesidad de carácter urgente, igual como el matrimonio igualitario.

Quizá me tachen de pesimista, pero sería hipócrita si me uniera a las voces de júbilo sin señalar las ausencias en este mes tan significativo para las poblaciones LGBTI+.
En este mes se hace necesario también recordar que aún no se logra terminar la lucha contra el vih/sida; que es vigente aún la pandemia, al igual que el estigma a quienes vivimos con el virus. En este mes se hace necesario recordar a los hombres y mujeres que murieron por sida: sin nombre, en la calle o en la cama de un hospital.

En este mes se hace necesario denunciar y prohibir los Esfuerzos para corregir la Orientación Sexual e Identidades de Género.

En este mes se hace necesario recordar aquella consigna: ¡Nadie es libre, hasta que todos seamos libres! 🔻

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