COVID-19: buscó el sueño americano y regresó en cenizas

Carlos Navarrete Romero/ Chilpancingo, Gro.

Aureliano Pérez Rosendo regresó a Guerrero en cenizas.

Hace un año y tres meses salió de la comunidad de Lomas de Cocoyoc, perteneciente al municipio de Olinalá, para buscar una mejor vida en Estados Unidos.

Logró construir su casa, pero nada más. El 24 de marzo se comunicó por teléfono con su esposa, Guadalupe Lázaro Amaro, a quien avisó que tenía COVID-19.

Ella le sugirió atenderse, pero Aureliano se negó. Lo hizo hasta que respirar no le era posible, por lo que fue internado y aislado en un hospital. Murió el 8 de abril completamente solo.

“Me enteré porque lo fue a buscar mi hermano allá (…) mi hermano le habló y (Aureliano) le dijo que estaba en el hospital, pero no lo dejaron entrar y se quedó sólo. Ya el 8 de abril nos dijeron que falleció”.

El cuerpo de Aureliano, de 45 años, junto al de otros 22 migrantes guerrerenses muertos por coronavirus, fue cremado y trasladado el sábado desde Nueva York hasta la Ciudad de México. Posteriormente llegó a la Funeraria Chilpancingo, en Guerrero, donde los restos fueron entregados a su familia.

Aureliano era campesino, pero migró a Estados Unidos para ofrecerles una mejor vida a su esposa y sus dos hijos, a quienes enviaba dinero cada 15 días. Allá trabajaba en un restaurante del condado de Queens.

Guadalupe recibió ayer las cenizas de su esposo y afirmó que éstas permanecerán una semana en su hogar, donde le harán los rezos que se acostumbran tras el fallecimiento de una persona. Después serán enterradas.

Tras la muerte de Aureliano, el principal proveedor de la familia, Guadalupe dice que harán lo único que saben: sembrar y vender maíz y frijol en una comunidad enclavada en la región más pobre de Guerrero: la Montaña, donde se aprende a vivir del campo o se cruza la frontera con la esperanza de tener una vida más digna.

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