Miedo…

Ricardo Locia es pasante en la licenciatura en Antropología Social, ciencia responsable de llevarlo a reflexionar sobre su entorno y las dinámicas que se desarrollan en él. Es miembro de los colectivos: LGBTI+ Orgullo Guerrero y JOTOS (Juntos y Organizados Terminaremos con la Opresión Sexual).

Chilpancingo, Gro.

“¡Pinches putos, dan asco!”, sentenció un hombre y un dedo creí que me comenzó a señalar. Sentí que debía regresar y ofrecer disculpas por haber besado a mi pareja, sentí que hacerlo estuvo mal y por eso corrí escapando de ese lugar.

Regresaba a mirar para cerciorarme de que nadie me siguiera. Una, dos, tres, cuatro veces… Vi dos siluetas delante de mí y me cambie de acera. “¡Pinches putos!” hizo eco en mi cabeza. Acelere mi paso, conocí y sabía que faltaba poco tiempo para llegar. Busqué en la bolsa del pantalón, mi mano sintió las formas de las llaves, mis dedos las sacaron, abrí la puerta, entré y mi cuerpo cayó sobre ella. Respiré, me sentí seguro y el miedo comenzó a desaparecer.

Recostado ya en mi cama me pregunté por qué sentí surcar esa sensación de miedo, por qué si me creo empoderado y grito por todos lados que me llamen
joto, tuve miedo… ¿Por qué?

Horas antes de que me pasara lo narrado, leí una nota que desde su título denunciaba un acto reprobable: “Su padre lo atacó a golpes porque vio un video donde bailaba con otro hombre”. La nota anexaba un video. Al ver los primeros segundos cerré los ojos y bajé la pantalla de mi computadora.

Relacioné lo que me pasó con la nota y el video, y comprendí de donde vino ese miedo. Ese miedo ya lo había sentido antes: todas las veces que no pase por una calle donde estuvieran chicos de mi edad o mayores, por miedo a que me gritaran «¡maricon!, «ay tú!», con ademan incluido y comenzaran a debatir quien de los mayates presentes era el mío. Por todas las veces que sujeté con fuerza el brazo de mi mamá para que no escuchara las bromas que me hacían vecinos y compañeros de la escuela sobre lo tan femenino que era. Por los golpes que adjudicaba a “juegos con mis amigos”, sabiendo que eran golpes con saña, de ellos contra mí, por no saber ser “hombre” como ellos.

Pero ese miedo tiene su origen en una sociedad dirigida por hombres y un supuesto serlo: masculino, valiente, “todas mías”. En una sociedad que cree tener un modelo divino de familia (papá, mamá e hijos); en una sociedad donde lo femenino es sinónimo de subordinación, atención y cuidado. En esta sociedad ser joto, machorra o vestida es ir en contra de lo “normal” por eso, esta sociedad señala, apoda, se burla, golpea y asesina.

Una lágrima corrió por mi mejilla. Esa lágrima tuvo un sabor amargo por saber que el miedo volverá a aparecer cualquier otro día, en cualquier otro lugar, porque aún el prejuicio y la ignorancia deambulan en forma de chistes y apodos, y se acrecienta con burlas y golpes hasta llevar a alguien a la muerte.

Me sequé la lágrima con fuerza e imaginé otro mundo, tan posible como este. Un mundo donde no se tuviera que “salir del closet”, ni decirle a nadie nuestra orientación sexual. Un mundo donde siempre pudiera tomarle la mano a mi pareja, que besarlo no fuera un signo de asco o repudio por otros. Un mundo donde todos y todas nos respetemos y pudiésemos ser tan libres como el correr del agua en un río.

Después de todo sonreí, porque sé que ese mundo sin miedo está llegando.

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