¡Oh cielos! De los arquetipos gai de la TV a las violencias sufridas por toda una generación

Ricardo Locia es pasante en la licenciatura en Antropología Social, ciencia responsable de llevarlo a reflexionar sobre su entorno y las dinámicas que se desarrollan en él. Es miembro de los colectivos: LGBTI+ Orgullo Guerrero y JOTOS (Juntos y Organizados Terminaremos con la Opresión Sexual).

Chilpancingo, Gro.

Supe que era distinto cuando así me lo hicieron saber mis compañeros de escuela entre chistes, burlas y mofas por mis formas y modos femeninos. Era el jotito, la mariquita, la niña de mi salón; nunca fui el homosexual, de eso me enteré más tarde, cuando ya era consciente de mi atracción sexual y afectiva hacia las personas de mi mismo sexo.

En los días de clase encontraba un asilo entre mis compañeras; eran mis protectoras cuando un machito se acercaba y con ademán incluido me decía: ¡Oh cielos!

Por eso siempre he dicho que yo no salí del closet, a mí me sacaron; expusieron mi sexualidad entre risas y silencios perpetuos de maestros y otros adultos. Era preferible callar antes que mencionar lo inmencionable.

Con los años avanzados, no pude negar mi sexualidad y en el afeminamiento de mis modos los apodos fueron creciendo, y la mayoría provenían de personajes creados por supuestos comediantes que exagerabán los modos y formas de ser y actuar de los homosexuales; actuaciones que ridiculizabán y denigrabán nuestras identidades para así hacer reír. Todos estos personajes de «comedia» crearon arquetipos, que sirvieron para violentar nuestros cuerpos e identidades.

«¡No soy niña, no soy niña!» Recuerdo que en más de una ocasión me dijeron esa frase para burlarse de mi amaneramiento. Todos reían mientras yo me hundía en un abismo de negación.

En el silencio y la desinformación fui explorando y conociendo mi cuerpo y sexualidad, y así lo hice por miedo a ser sujetos de esos apodos tan crudos y peyorativos que muchos familiares y conocidos utilizaban para llamar a toda loquita que se delataba por su singular contoneo de caderas.

Como letanía, a nosotros los jotos se réplicaban: Agapito, Yahairo, Carmelo, Pol, La güera Limantour… y después de ellos no era un «Ruega por nosotros», sino ademanes donde los machos encontraban la permisibilidad para jotear sin ser juzgados.

Sin decir más, sabíamos y todos sabían lo que esos nombres significaban. Muchos aborrecieron esos personajes a tal grado de jurar no ser como ellos; sin darnos cuenta replicamos las violencias que sufrimos.

Vimos en lo femenino algo denigrante y segregamos a los obvios, a los que se les nota más lo Maricón, he instauramos sobre ellos el ideal del gai varonil que recibiera con halago aquello qué reza así: ¡qué desperdicio de hombre!

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